domingo, 2 de octubre de 2011

El Delgado

Solo, logró salir del bosque, arrepentido de haberla dejado ahí. Sabía que tenía que decírselo a alguien; que tenía que resolverlo de alguna manera.

Mientras se alejaba, en su mente le atormentaba aquella figura, no podía sacarla. En fin, ésto le ayudaría a pedir ayuda.

-Era él... No, no “el”. Eso... Era... Era... -Decía confundido.
-Tranquilo -le respondió, ofreciendole papel y lapiz-, dibuja.

Comenzó a dibujar, trazos temblorosos, líneas tenues y rápidas. Como si tuviera miedo de verlo de nuevo, aunque fuera en dibujos. Se apresuró a terminar, desesperado por la necesidad de encontrar a aquella que habría dejado sola.

Aquél boceto, era lo más sencillo del mundo, solo un hombre delgado. Al parecer había olvidado dibujar la cara, o probablemente no la quiso dibujar. En ese momento no importaba.

El “hombre”, lucía un traje, al estilo de los Hombres de Negro. Tenía largos brazos y piernas, y unas extrañas extremidades saliendo de la espalda. Nadie tomó eso como un asunto de importancia, era un niño de diez años; tal vez su hermana simplemente se había perdido, y el buscaba una excusa, para no meterse en líos.

¿Dónde fue la última vez que la viste?

En el bosque, no había manera de perderse; había un sendero en el centro de la arboleda, que daba hacia la carretera. No pudo haber ido lejos.


Asustados, retrocedieron sigilosamente y se ocultaron tras un pino, observando como aquel ente se movía entre los árboles, confundiendo su figura con los troncos.

Un chasquido los estremeció. Andrea pisó una rama. La cabeza del Delgado giró en dirección a ellos, quienes ya habían comenzado a correr en dirección opuesta.

Extensiones comenzaron a salir de su espalda, como brazos, o piernas. Piernas, seguramente, ya que comenzó a utilizarlas para caminar, apoyándose además de sus pies, con estos tentáculos.

Corren.


Miro a la izquierda, Andrea. Miro a la derecha, árboles. Miro hacia atrás, Niebla.

¿Lo perdimos? Creo que sí.

Comenzamos a caminar mas tranquilos, aún asustados de aquella imagen tan escalofríante.

Gritos.

Volví a mirar a la izquierda. Ví a Andrea viendo hacia atrás, de donde estabamos huyendo, gritando. Eso fue tan impactante, que recuerdo cada minúsculo detalle de ese momento:

Andrea gritaba, mirando hacia atrás. Volteé a ver que pasaba.

El Delgado, que en este momento parecía más una araña gigante, caminaba dando grandísimos pasos, apoyandose con las seis protuberancias que salían de su espalda, en el medio del gran sendero que atravesaba el bosque, abriéndose paso entre las ramas que se interponían en su camino.

Me hice a un lado, lanzándome entre los arbustos y los troncos, ocultandome del peligro.

Andrea continuaba gritando, pidiendome ayuda. Yo le decía que me siguiera, que salieramos de ahí.

Andrea comenzó a correr hacia mi. Yo, confiado en que ella llegaría, gire hacia el bosque, de espaldas al sendero.

Los pasos de Andrea se detuvieron.

Silencio.

Volví a mirar hacia el camino, y vi a Andrea parada, inmóvil, mirando fijamente hacia atrás, con una cara de miedo y fascinación, caóticamente calma.

El tronco de un pino obstruía mi vista, y no lograba ver con claridad que era lo que ella observaba con tanta atencion.

Me acerqué, aún oculto entre los arbustos, y alcancé a ver a aquella Figura de la que huíamos tan desesperadamente, de frente a Andy.

Era un ser, humanoide, hincado sobre una rodilla frente a Andrea. Utilizaba un traje negro, camisa blanca y corbata. Medía, según mi vista, unos tres metros, aproximadamente. Era muy delgado, y tenía brazos y piernas larguísimias.

Sus brazos, en lugar de manos, tenían una especie de dedos flexibles, como tentáculos, que podían adoptar formas distintas, como garras, cuchillos.

Lo peor, lo más horroroso de este sujeto, era su cara... Si es que se le puede llamar así.

Parecía un cráneo, un cráneo de vaca sin cuernos, deformado y aplastado. Sus cuencas oculares parecían golpeadas al punto de que estaban casi cerradas. Carecía de boca, y en vez de nariz, tenía sólo un orificio.
Extendió uno de sus brazos en dirección a la cabeza de Andrea. Los negros tentáculos de sus manos comenzaron a abrirse, “abrazando” su cara, como queriendo asfixiarla.

Ella comenzó a gritar. Gritos que comenzaban a ser de menor intensidad cada vez. Gritos que se ahogaban.

El Delgado se levantó, tomando a mi hermana con él. Dió la vuelta, y regresó al bosque.

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